Ante el regreso
del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia, es conveniente
realizar un breve repaso histórico de esta singular fuerza política
mexicana desde su nacimiento:
El PRI, gran hegemón político en México
durante siete décadas, fue producto de la Revolución de 1917. Ideado para consolidar
los ideales emanados la lucha social y para agrupar y buscar consenso entre los
sectores más numerosos de la sociedad - a saber, obreros, campesinos y
militares. En ese sentido, el partido proporcionaba a esos grupos
representación en el gobierno a través de diputaciones federales, locales,
gobernaturas estatales y presidencias municipales.
De este modo, el líder máximo de la
Revolución, Plutarco Elías Calles, concibió al Partido Nacional Revolucionario[1]
como un mecanismo para centralizar y amasar poder, ya que gran parte de la
sociedad mexicana encontraba representación en el partido, y de éste emergía el
candidato presidencial que irremediablemente sería electo presidente de la
república. Así, los campesinos, los obreros y demás grupos sociales estaban
supeditados a la figura presidencial.
Un aspecto de suma importancia en ese
proceso fue la eliminación de la figura
del caudillismo en la política nacional y como respuesta se fijó el poder, casi
absoluto, en la presidencia, de forma que se renovaría cada seis años a través
de elecciones. Una vez que el partido designaba al candidato, éste sería
indudablemente el nuevo presidente.
El presidente no era elegido en las
urnas, aquello sólo era un escaparate que daba legitimidad democrática al
gobierno. La distribución de recursos, la designación de funcionarios y la toma
de decisiones no era en virtud de favorecer a la población. Las respuestas que
el gobierno ofrecía correspondían a las demandas y exigencias de grupos bien
definidos dentro de la vida política. El sistema funcionaba a través de
corporativismo: los empresarios, los sindicatos, las cámaras de comerciales y
patronales, las agrupaciones obreras y campesinas, los cacicazgos locales
negociaban con el gobierno políticas que les beneficiaran en específico. Un
ciudadano no tenía los medios para hacer eco en el sistema.
La gran mayoría de la población muchas
veces quedaba al margen de esas decisiones. Sin embargo, el gobierno tampoco
les descuidaba del todo: a través de programas de apoyo social y del reparto
agrario, los beneficiados quedaban ligados al gobierno. Para recibir la
asistencia debían manifestarse a favor del partido, del presidente, ya fuera
por su voto o por asistir a mítines. Así se consolidaba el clientelismo
político.
La escasa transparencia al interior
del partido y del gobierno – en realidad no existía una separación clara entre
ambos- exacerbó los niveles de corrupción. Para obtener un apoyo o una
legislación más favorable, el interesado otorgaba un regalo al funcionario o al
diputado. Es común afirmar que la corrupción facilitaba el funcionamiento de
las relaciones intergubernamentales. La corrupción era el lubricante del
sistema.[2]
Es importante subrayar el
funcionamiento de la sucesión en los cargos públicos dentro de la vida política.
Es allí donde se reproducía el sistema. Un funcionario que pecó de corrupto no
podía ser denunciado por su sucesor, porque gracias a él ocupa su actual cargo.
Esta suerte de lealtad generaba un proceso continuo de impunidad en todos los
niveles, desde el presidente de la República entrante que no iniciaba
investigaciones contra su antecesor por evidente abuso de autoridad, hasta el
servidor municipal que debía su puesto al
jefe inmediato. Este hecho, sin embargo, causaba cierta rotación en la
política. Se refrescaban los puestos, las personas que pasaban a trabajar para
el gobierno tenían verdaderas oportunidades de ascender en el escalafón
político, con la única condición de no levantar el dedo contra sus padrinos.
Siete décadas en la presidencia. Justo es decirlo, el PRI
fue el eje central del sistema político mexicano durante el siglo XX. Tras doce
años de estar alejado de los Pinos, la mayoría del electorado mexicano quiere
su regreso. Sólo un verdadero análisis exhaustivo de la vida política nacional
permitiría entrever la posibilidad de que el PRI retome las viejas prácticas
aquí descritas.
Alejandro Vargas
[1] Partido Nacional Revolucionario fue el primer nombre. En 1938 con la
exclusión de Calles del partido y la inclusión de más centrales obreras se
cambió el nombre a Partido de la Revolución Mexicana. En 1946 pasó a llamarse
definitivamente Partido Revolucionario Institucional, por la consideración de
que se lograron las metas principales de la Revolución de 1917.
[2] Riding Alan, Vecinos distantes: Un retrato de los mexicanos.
Joaquin Mostis. p. 140.
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